Floreana, el paraíso maldito
Isla Floreana, 4 de noviembre de 2014
Floreana no es lo que parece. No lo es ahora ni lo fue a principios del siglo XX cuando un grupo de colonos alemanes quiso hacer de esta isla, la sexta más grande de Galápagos, su paraíso en el nuevo mundo, sin embargo varios de ellos sólo encontraron la muerte, rodeados de misteriosas circunstancias que nunca se aclararon, convirtiendo la isla en un lugar en el que pocos quisieron vivir durante los siguientes años.
Desde nuestro barco vemos el cielo gris y un par de pequeñas colinas de tierra árida con algunos arbustos. Desembarcamos en la “bahía de la oficina de correos”, donde más que una oficina hay un barril en el que desde el siglo XVII miles de personas han dejado sus cartas con la esperanza de que algún barco que pase por allí las recoja y las lleve a su destino. No encontramos ninguna para Bogotá, la mayoría eran para Inglaterra o Estados Unidos, lo cual da cuenta de quienes son los principales turistas del lugar. Improvisamos una tarjeta para dejar con una hoja en blanco que encontramos y para nuestra sorpresa la recibimos apenas un par de semanas después en Bogotá.
Luego de que nuestra guía Fátima nos contara sobre la historia del lugar, nos metimos al agua desde la playa en nuestra primera sesión de snorkeling. En esta oportunidad contamos con la fortuna de ver no sólo una gran cantidad de peces sino también de estar muy cerca de un par de tortugas y de nadar con los lobos marinos. Caminando por la bahía pudimos ver también algunos pingüinos y cientos de cangrejos que se escondían rápidamente conforme nos acercábamos.
En la tarde tuvimos una segunda sesión de snorkeling, esta vez en un lugar llamado “La Corona del Diablo”, se trata de un antiguo volcán, ahora casi sumergido bajo el agua debido a la erosión. El agua está un poco más fría que en la mañana, sin embargo pronto nos olvidamos de la pequeña incomodidad al vernos rodeados de miles de peces, manta rayas, estrellas de mar, algunos tiburones y lobos marinos, mientras recorríamos primero la parte externa de la corona y luego la interior.
A pesar de tantas emociones el día no había acabado. Regresamos al barco para salir de nuevo algunos minutos después rumbo a Punta Cormorant donde pudimos apreciar en la playa de color verde formada por cristales de olivina, a una cría de lobo marino que era alimentado por su madre, algunos piqueros de patas azules jóvenes que aprendían a extender sus alas, una laguna con un par de flamingos y finalmente algunas tortugas marinas copulando.
Floreana no es lo que parece. A lo lejos su perfil árido oculta un lugar lleno de vida. Aquí la fauna y la flora han aprendido a adaptarse con esa sabiduría que sólo la naturaleza logra desarrollar. Para algunos la isla fue el paraíso maldito, para nosotros fue llegar a ese paraíso impoluto detenido en el tiempo del que no quisiéramos irnos nunca.
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