La Selección Natural de las Especies
Lunes 3 de noviembre. Abro los ojos, en la pequeña habitación del Hostal Casa de Laura. Luego de dormir por más de 10 horas, la sensación de despertarme en un lugar desconocido es, como siempre lo ha sido, fascinante. Miro a mi lado y ahí esta ella, mi compañera infatigable de vida. Estamos, por fin, luego de mucho años de posponerlo, en Galápagos. Un gran día nos esperaba por delante.
San Cristóbal es una de la islas principales del archipiélago, dotada de uno de los dos aeropuertos que existen y de una pequeña población que vive principalmente del turismo y la ganadería. Las tiendas de buceo, como era de esperarse en este paraíso natural, abundan. Un par de clics en Tripadvisor, nos llevaron a seleccionar el Wrek Diving Center, como nuestra primera opción. El día anterior habíamos probado nuestro equipo, acordado la hora de encuentro y pagado los 160 dólares del buceo autónomo para mí y los 80 del snorkeling para Alex.
A esa hora, las 7 de la mañana y en día festivo, el pequeño poblado de San Cristóbal lucía desolado. Sólo un restaurante abierto pudo servirnos un buen desayuno al estilo americano, fruta, huevos, pan, jugo y café.
A las 8:30 de la mañana nos encontramos en el muelle, listos para nuestra excursión de buceo. Sería en la icónica piedra del León Dormido famosa no sólo por su formación que sobresale del mar por más de 150 metros, sino por la gran cantidad de especies que confluyen allí aprovechado la intersección de las corrientes de Panamá y de Humbolt.
En las palabras de introducción, el guía nos dijo: “si tenemos suerte veremos tiburón martillo”, que aprovechado el incremento de la temperatura del agua, comenzaban a verse por esta época. Sino, pues “sólamente veremos tiburones de Galápagos, Rayas Águila, Tortugas, Barracudas y un cardúmen gigante de Salemas”. Reí en silencio. ¡La diversión estaba asegurada!
El primer buceo fue un simple chequeo de equipo y de habilidades, por cierto en mi caso necesario, pues nunca había usado un traje tan grueso (7 mm) y por lo tanto tuve que ajustar mi lastre a 10 kilos, cuando usualmente uso entre 6 y 8.
Una vez al borde del Gran León Dormido, comenzamos a preparar el equipo. Maniobra marcante para el desembarco y reguladores en la boca al instante. La inusitada corriente hacía de la superficie un lugar totalmente desagradable. Casi de inmediato, nos topamos con el gigante cardúmen de peces Salemas. ¡Que maravilla! Nos rodearon formando un círculo perfecto, mientras de cuando en cuando veíamos un tiburón de Galápagos acercarse por un bocado. De aquí allá estuvimos dando vueltas, viendo una gran explosión de vida marina nunca antes presenciada por mí. Peces globo, loros, ángel, escorpión y otras variedades en grandes cantidades. Los tiburones hacían sus apariciones rápidas inclusive el martillo quien se dejó ver a lo lejos para luego perderse en la inmensidad del océano. Al final, las rayas y las tortugas hicieron su aparición, dejándose casi que acariciar, nadando en grupo con una tranquilidad increíble. El aire se acabó pronto y hubo que salir a la superficie, como si el propio océano nos dijera, basta, ya has visto suficiente, vuelve a tu mundo.
La segunda inmersión, a tan sólo unos metros de distancia, fue igual de placentera. Sin grandes novedades, nos arraigamos a una roca en espera de los tiburones martillo que esta vez nunca aparecieron. Con menos profundidad, duramos cerca de 50 minutos. Las estrellas de la sesión fueron las grandes tortugas que danzaron a nuestro lado bajo el agua.
De regreso a la isla, pude reflexionar sobre lo que había encontrado en El Gran León Dormido. Un lugar prácticamente virgen donde la vida tiene su equilibrio. Justa, sabia, dando a los que necesitan y quitando a los que les sobra. La selección natural de las especies, ampliamente descrita por Darwin y precisamente concebida en esta lugar de cenizas volcánicas, quizás nunca consideró la tiranía de una especie que como plaga consume todo sin dejar nada para el otro, es avara y como un virus es incapaz a de reponer el daño causado. Nosotros. Acá, en medio del océano, a mil quinientos kilómetros de tierra firme, la vida parece ser más justa, equitativa, equilibrada. Acá, en Las Islas Galápagos parece, aunque sea por un instante, haber esperanza.
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