Ascenso al Pico de Orizaba
Desde hace casi 6 meses vivimos en la ciudad de México. Hemos hecho algunos paseos cortos, he corrido unas cuantas carreras de trail running en poblaciones cercanas, pero solo hasta ahora, nos propusimos vivir nuestra primera gran aventura de estas tierras, el ascenso a las cima más alta del País, el pico de Orizaba.
Todo comenzó por casualidad. Alex y yo habíamos hablado de que sería rico hacer algo de montaña durante las celebraciones católicas de la semana santa. Como somos totalmente ajenos a esta religión, siempre hemos usado ese tiempo para planes mucho más movidos como carreras de aventura, camping en cualquier paradero ecológico, recorrido por el parque de los nevados de Colombia, ascenso a algunas cimas del Cocuy, en fin… buscamos ante todo estar en contacto con la naturaleza. En una aburrida reunión de negocios, un chico me habló del Pico de Orizaba, de su gigante y muerto cráter y de sus glaciares enormes, de su pendiente de más de 50 grados y de la sensación de estar en la cima más alta de México. Atento seguí su historia y al día siguiente me puse en la tarea de buscar un guía que pudiese acompañarnos en esta travesía.
Alex, quien es la encargada en general de hacer la investigación en detalle de todas nuestras aventuras, encontró a través de Internet a Roberto, El Oso. Se trata de un alpinista mexicano que ha recorrido durante toda su vida muchas montañas en Europa y América. Su experiencia, sin embargo, es consecuencia de más de 290 ascensos al pico de Orizaba y más de 20 cimas en el Aconcagua, el pico más alto de América, con 6.962 m.s.n.m. Con semejante bitácora de viajes, nos sentimos confiados de contratar sus servicios.
Ascender el Pico de Orizaba, no debería ser, a primera vista, un reto muy difícil. Su cima, A 5.636 m.s.n.m. no representaba la máxima altura a la que habíamos estado. Sin embargo, la experiencia nos ha dicho que las montañas siempre hay que mirarlas con respeto, admiración y ante todo, humildad.
Salimos de ciudad de México a las 7 de la mañana del jueves santo (28 de marzo de 2013) hacia la ciudad de Tlachichuca. Un recorrido que tardó, gracias al inmenso tráfico vehicular de la entrada a Puebla, más de las 4 horas presupuestadas. Con el sol del medio día y un poco ansiosos por el retraso, nos encontramos con El Oso y su equipo de escaladores en un pequeño hotel de Tlachichuca. Inmediatamente, tomamos unos de sus transportes que nos llevaría al Refugio Piedra Grande, lugar donde acamparíamos para tomar el camino hacia la cima en la mañana siguiente.
Dos horas entre saltos, algunos atascos en el auto y mucho polvo, nos tomó llegar al Refugio. Algunos excursionistas, que serían nuestros compañeros de cordada, ya habían llegado y se encontraban disfrutando de la su última comida del día.
Por acuerdo mutuo, Alex y yo, que disfrutamos de acampar mucho más que de dormir en refugios húmedos y oscuros, decidimos armar nuestra nueva carpa de 3 estaciones (media, baja montaña y bosque húmedo tropical) a tan solo unos pasos del refugio.
La noche terminó con algunas historias del Oso, quien al lado de una buena ración de pasta, nos medía nuestro nivel de oxígeno en la sangre mientras narraba historias maravillosas parecidas a la ciencia ficción de las que no estaba seguro si eran realidad o si más bien eran consecuencia de los cientos de alucinaciones que existen en la cabeza de un viejo montañista. La pareja que había muerto hace solo algunos días al resbalar por la cara sur, el alemán que vió morir a sus esposa, el ascenso récord al pico en tan solo 9 horas y sobre todo las casi 300 ascensos al Pico, es decir casi un año de vida subiendo la montaña.
Sólo eran las 7 de la noche cuando fuimos todos a dormir. El ascenso comenzaría a las 2 de la mañana. Nos esperaba un día muy largo.
EL ASCENSO
A la media noche, Alex y yo ya nos encontrábamos de pie, fuera de nuestra carpa empacando todo el equipo. Salimos con tres capas de ropa (interior térmica, pantalón y camisa transpirable y un polar), un buff para el cuello, un gorro polar de montaña, unos guantes transpirables con windstopper, botas de montaña semirígidas, unas polainas de goretex y una linterna de cabeza. En los morrales de asalto llevábamos un pantalón y chaqueta impermeables (soft shell con refuerzo interior), unos guantes para montaña con polartec y goretex, crampones, piolet, arnés, dos mosquetones un ocho, varios prusik de metro y medio, trekking poles, nueces, frutos secos, chocolates y barras, geles energéticos y un Camel Back con poco más de dos litros de agua. En total, entre 8 y 10 kilos de peso.
La noche era fría y casi de inmediato comencé a notar algunos cristales de hielo formándose en mi tubo de agua. El ascenso comenzó lento, Alex y yo decidimos ir en el primer grupo, solo a unos pasos detrás de El Oso. De cuando en cuando, El Oso pasaba a la retaguardia y mandaba a uno de sus asistentes adelante. Yo me sentía fuerte, respiraba bien y mis pasos eran seguros. Sin embargo, pasadas las dos horas de ascenso, comencé a notar un debilitamiento en el estado de Alex. La azotaba un fuerte dolor de cabeza y sentía ganas de vomitar. Síntomas muy claros del mal de montaña. Yo, detrás de ella, la animaba constantemente y le daba ayuda en los pasos más difíciles. Cargué parte de su peso y trataba de distraerla con conversaciones irrelevantes.
Tres horas más tarde comenzamos a divisar el gran glaciar. Como siempre, hermoso, silencioso, lúgubre, pintado de blanco e iluminado con el reflejo de la luna. Eran las cinco de la mañana cuando llegamos a sus pies. El día no había nacido aún, pero ya comenzaba a depertar dejando ver un color naranja a lo lejos.
“Hasta aquí llegué” me dijo Alex. “Se que viene lo más duro, y no me siento con fuerzas para afrontarlo”. Amor… esta vez seguiré el camino mientras tu emprendes el de regreso con Alfredo, uno de los guías que trabaja con El Oso. Sentí mucha tristeza. Un gran abrazo bastó para dejarla atrás y focalizarme en el gran ascenso que nos esperaba. Unos minutos más tarde. ya estaba sintiendo el hielo bajo mis crampones. Daba pasos largos y cortos, tratando de medir su estabilidad.
La cordada se armó pronto y así comenzamos el largo ascenso de cinco horas a la cima. El Oso, yo en segundo lugar y otras dos personas más conformábamos la primera cordada. La segunda, la conformaban otro tres compañeros y el otro guía que nos acompañaba. Lentamente y haciendo “zig zags” de doscientos metros cada uno avanzamos sobre el glaciar. El clima no se mostraba muy benévolo. Había un fuerte viento y llovía un hielo que se enterraba en nuestras mejillas.
Todos, paso a paso, sin murmurar nada, sumidos en nuestros pensamientos, avanzamos. Así es la montaña. Un ejercicio solitario. Tus compañeros están cerca, pero los ves como zombies, muertos vivientes, con sus expresiones de admiración, pero también de dolor. Ahí están… aferrados a sus mentes, recuerdos, esperanzas, alucinaciones.
A las 6:30 de la mañana, nos detuvimos tan solo unos minutos. Sólo aferrrado a mis crampones, pude ver el gran risco en el que estábamos. Una pendiente de más de 50 grados hacia abajo me hizo pensar que aquellas historias del viejo Oso de la noche anterior, tal vez eran ciertas. Solo bastó con mirar a mi lado, para recibir el mayor regalo que me dio la montala ese día. El sol a un lado pintaba el glaciar de naranja mientras, al mismo tiempo, la luna de resistía a morir iluminando su reflejo pálido en la otra cara de la montaña. Wowww dije en voz alta. Solo por esto, este gran esfuerzo valió la pena. Un espectáculo que sucede todos los días, pero que la vida agitada y loca de las empresas, el trabajo de oficina, las ciudades, la sociedad actual, nos impide ver.
El clima había mejorado y ya podíamos divisar la cima. El Oso, adelante, liderando la cordada, apenas exclamaba: Estoy cansado. Ha sido una temporada muy larga.
Poco a poco fuimos avanzando hasta que a las 9:30 de la mañana conquistamos la cima del Pido de Orizaba, el punto más alto de todo México. El día despejó y la montaña nos dejó ver todo lo que tenía. Una vista increíble, al fondo el valle y la cima del Popocatépetl. Su cráter lucía espléndido, enorme, lúgubre. Es difícil de describir la vista que se tiene cuando se sube a una montaña, solo les puedo asegurar, que es algo que te toca por dentro y te deja una agradable marca que nunca podrás borrar de tu vida.
Celebramos, nos abrazamos y comimos un poco. No hubo muchas fotos, pues el clima comenzó a empeorar rápidamente y El Oso tuvo que agilizar el momento del descenso.
El camino de regreso por el glaciar fue casi igual de lento que el de ascenso. Ya con las piernas cansadas y la fuerza de gravedad empujándote hacia abajo, los riesgos de una caída mortal se incrementan notablemente. Como si fuera poco, la montaña, ya cansada de nosotros, nos despidió con un lluvia de hielo durante un par de horas.
13 horas más tarde culminó nuestra travesía. En el Refugio Alex y Alfredo nos esperaban con unas bebidas calientes que tomamos inmediatamente para emprender ese mismo el día el largo regreso a casa.
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Alex Castro
24 junio, 2013Increíble… Que buen relato.
klandovadeviaje
1 julio, 2013Que hermosa experiencia!!! Los felicito!!!
Lauri
Alexandra C
19 julio, 2013Gracias Lauri, por cierto bienvenidos a México cuando quieran 🙂 saludos para Alvaro.
jorgeduardo1993@gmail.com
12 noviembre, 2015buena historia 😀 lo subiré en dos días espero lograrlo
Alexandra C
22 noviembre, 2015Hola Jorge ¿cómo estuvo el ascenso? esperamos que lo hayas logrado y te haya gustado tanto como a nosotros.
Lázaro
8 julio, 2016Fantástico, me atrapó tu relato de principio a fin y por momentos me imaginé ascendiendo junto a ustedes; mi sueño es un día llegar a la cima del Citlaltépetl y confío en que lo lograré…un día. Sólo me dejaste una inquietud, si “El oso” entre sus historias les contó sobre un ascenso récord en tan sólo 9 horas, y ustedes llegaron a las 9:30 habiendo iniciado a las 2 de la mañana, eso da un tiempo de 7 horas y media; ¿Es acaso que superaron el tiempo récord?. Felicidades y saludos.
Alexandra Castrillón
26 julio, 2016Hola Lázaro, gracias por leer nuestro blog y por tu comentario, ¡también estamos seguros de que lo lograrás! no recuerdo bien toda la historia pero pudo haber sido 9 horas desde la base de la montaña (no desde el refugio) o 9 horas subir y bajar, pero con seguridad no rompimos el récord 🙂
Alvaro Barros
28 marzo, 2018Estimado David,
¿Tiene el número de teléfono móvil de Ozo (Whatsapp)? ¿Recuerda cuánto pagó por el servicio?
Soy brasileño y pretendo subir el Orizaba en enero / 2019.
Muchas gracias.
David Posada
7 abril, 2018Hola Álvaro,
Lo siento, pero le perdí el rastro al Oso. Si lo logro localizar, te cuento.
Saludos,