Caminando con todos los sentidos
Nelson, 17 al 20 de marzo de 2017
Voy caminando entre rocas volcánicas por el filo de la montaña. A mi lado derecho puedo intuir una caída profunda, pero la crema blanca de las nubes no me deja ver más allá de unos metros, dándome la falsa ilusión de que el abismo no está ahí. Un paso más y el terreno cede bajo el peso de mi bota, pequeñas piedras ruedan hacia un destino que ni siquiera puedo imaginar. Siento cómo se acelera mi corazón, rápidamente mi cuerpo entero adopta la postura de un animal que caza, mientras un pequeño hilito de sudor se desliza por mi sien. Me detengo, cierro los ojos, respiro profundo. No pasa nada, puedo hacerlo, no pasa nada, puedo hacerlo. El camino es el camino. El camino lleva ahí muchos años. El camino sabe hacer su trabajo de llevarme. Tengo que confiar. No pasa nada, puedo hacerlo.
Atrás escucho a David hablando con Sierra, con quien ya llevamos un par de kilómetros caminando. Hablan de las montañas de Colombia, de por qué está sola en Nueva Zelanda haciendo esta caminata, de su vida en el sector financiero, de Indonesia. Los escucho como si su voz viniera de un televisor en el cuarto de al lado cuando uno empieza a dormirse: lejanos, abstractos, ajenos. Hablan mientras caminan, como si el camino no necesitara su silencio.
Aprieto un poco el paso para no escucharlos. El camino se hace más estrecho, vamos por una pared de rocas y de nuevo mi espalda se tensa y se siente incómoda con el peso del morral. Puedo oler mi propio miedo. El miedo a caer, a lastimarme, a que nadie me recoja. El miedo que finalmente es miedo a morir. Sostengo con la mano derecha los dos bastones mientras con la izquierda me agarro de las rocas para creerme un poco más estable. Puedo sentir en su superficie rugosa y puntiaguda la humedad que va dejando la mañana que ya empieza a subir de temperatura. De nuevo algunas piedras ruedan por el abismo y me detengo con la excusa de tomar un poco de agua sólo para repetir de nuevo: no pasa nada, puedo hacerlo, no pasa nada, puedo hacerlo. Siento el residuo plástico de la boquilla de mi botella mezclado con el sabor dulzón del agua fresca que sigue tan fría como cuando la llené hace varias horas.
Un último ascenso y llego al caballete. Por unos segundos las nubes desaparecen y puedo ver, al otro lado del filo, un par de lagos conectados, una construcción mediana, otra más pequeña y algunas carpas. Una sonrisa que nadie alcanzó a ver desaparece rápidamente de mi rostro, no pasó nada, pude hacerlo. David me alcanza y descendemos juntos los últimos metros, el letrero de “prohibido las botas en el refugio” nos da la bienvenida: es el Angelus Hut.
Hicimos la caminata “Angelus Hut” saliendo de la población de Saint Arnaud donde pasamos la noche en el camping del Departamento de Conservación. La primera parte del ascenso es bastante empinada por un bosque, luego se toma el filo de la montaña llamado “Robert Ridge” en total 12.2 km
El refugio tenía capacidad para 36 personas, fue el más lleno y ruidoso en el que estuvimos durante las caminatas de Nueva Zelanda
Luego de descansar un poco hicimos otra caminata de un par de horas con Sierra, pasamos por unos lagos muy bonitos y por momentos estuvo menos nublado.
Al día siguiente elegimos devolvernos por el camino llamado Speargrass (11.2 km) el cual trajo nuevos desafíos: el día amaneció menos nublado pero con fuertes vientos, en el caballete casi era imposible quedarse de pie, cruzamos decenas de veces el río (me caí una de ellas), tuvimos que atravesar varios pantanos y al final un bosque.
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