Etosha: el parque de los elefantes blancos
Llegamos a Etosha un tarde de domingo 22 de septiembre de 2013. La puerta del campamento Okaukuejo nos recibió con una majestuosidad sólo apreciada por nosotros en Kruger National Park. Se trata de un complejo con una amplia recepción, algunas tiendas de souvenirs y víveres y un buen restaurante acompañado de una gran alberca.
Tomamos algo de tiempo para hacer el proceso de registro y planear bien nuestro recorrido, pues sabíamos que las distancias eran largas y por lo tanto las rutas deberían ser óptimas para minimizar el tiempo y consumo de gasolina. Aunque lo ideal para pasar nuestras tres noches en Etosha era estar un día en cada uno de los campamentos, por problemas con la reserva, nos fue imposible hacerlo de ese modo, dejando así dos noches en el campamento Halali ubicado a 70 km de nuestro punto de entrada y una última en el campamento Namutoni, a unos 75 km más adelante.
Por otro lado, la persona que nos ayudó con las reservas en Chameleon Safari, nos había marcado en un mapa los puntos más importantes para ver animales que son en su mayoría algunos de los pozos de agua naturales o artificiales que hay a lo largo del parque. Naturalmente, en una zona tan seca, los animales se agrupan alrededor de estos manantiales de agua y aprendimos que se habían construido algunos artificiales con el fin de distribuir de una forma más uniforme las diferentes poblaciones de antílopes y elefantes en el parque y así tener mucho más controlado la repoblación de las zonas verdes.
Las reglas del parque son muy claras: no se puede bajar del vehículo en ningún momento, salvo en zonas destinadas para ello, sólo se puede transitar por las carreteras demarcadas y no ingresar a las que están destinadas a acceso a zonas de conservación e investigación, salir y regresar a los campamentos a las horas marcadas en cada puerta de ingreso que, para nuestra época era más o menos de 7 AM a 7 PM y muy importante, no superar una velocidad de 60 KM.
Con esta información en mano, comenzamos nuestro recorrido hacia el campamento Halali donde pasaríamos las siguientes dos noches. Estimamos un tiempo de recorrido de unas tres horas, teniendo en cuenta las paradas en los pozos de agua más importantes y por supuesto algo de tiempo para avistar animales en la carretera, una posibilidad siempre presente en estos safaris. Con todo esto, el tiempo nos daba justo para llegar al campamento alrededor de las 7 de la noche.
Las maravillas que tenía el parque guardadas para nosotros no se hicieron esperar: un par de hienas al lado de la carretera nos hicieron palidecer cuando nos miraron fijamente a tan sólo unos 2 metros de nuestro auto. Cuanta belleza muestran estos animales, para muchos estigmatizados por su comportamiento feroz, su actitud vandálica en la cadena alimenticia y su aspecto sucio, para nosotros un ser perfecto que ha cumplido su rol a cabalidad dentro del lento y armonioso mundo de la evolución de las especies.
Durante el recorrido paramos en los pozos Okondeka y Nebrowni , lo cuales nos dejaron ver grandes grupos de animales, sobretodo de Jirafas, Oryx, Avestruces y Chacales.
Llegamos justo al anochecer al campamento Halali, apenas unos segundos antes de que cerraran las puertas. Las instalaciones constan básicamente de un espacio para estacionar el auto, una pequeña parrilla y unos baños públicos bastante aseados. Una vez allí, nos enteramos de que en las afueras del lugar había un bebedero frecuentado por muchos animales y el cual se podía observar desde un mirador ubicado dentro de la zona segura del campamento. Acudimos a él sin mucha expectativa y al final de nuestra travesía concluimos que es uno de los mejores lugares del parque para observar toda clase de animales. Solo bastaba un poco de paciencia para ver cantidades de elefantes, leones, zebras, hienas y ante todo la joya reina del parque, el rinoceronte negro.
La mañana del día siguiente fue bastante pesada al inicio, manejando grandes distancias en las que a parte de los tradicionales antílopes, pudimos apreciar algunas hienas y leones a lo lejos. Cerramos con broche de oro al final del recorrido, cuando ya nos dirigíamos de nuevo al campamento para tomar nuestro almuerzo, sorprendimos a un joven leopardo descansando en las afueras de unos arbustos al lado de la carretera que tan solo se dejó tomar unas cuantas fotografías para escabullirse de nuevo entre los matorrales de la sabana.
Pasamos la tarde disfrutando del bebedero del campamento en el que pudimos apreciar varios elefantes y rinocerontes disfrutando a sus anchas de prolongados baños de lodo.
Al día siguiente abandonamos el Halali para dirigirnos hacia Namutoni, nuestro último campamento. En el camino pudimos visitar el Etosha Pan, el cual es un gran lago seco de sal que mide nada más y nada menos que 120 km de longitud. Nos cruzamos con un gran elefante con el característico color blanco que toman tras los baños de grandes cantidades de polvo que por largas horas se hacen durante el día. Él se detuvo por algunos minutos a observar nuestro auto mientras nosotros en silencio no teníamos la certeza si ante semejante bestia enorme a tan solo un par de metros de distancia estábamos corriendo o no algún riesgo.
Namutoni, un campamento mucho más amplio que Halali, nos permitió tomar algún descanso al medio día y prepararnos para la salida de la tarde. Allí descubrimos un nuevo bebedero al que se podía acceder a pie pero a diferencia del anterior, este no contaba con muchas visitas de animales.
Pasamos la tarde y la mañana siguiente obsesionados con la búsqueda del dick dick, un pequeño antílope de 40 o 50 cm de alto y que es muy difícil de divisar por su tamaño y porque además se confunde con otras especies de gacelas. El dick dick, que es muy común en Etosha y no tanto en otras partes de África, es solitario y se camufla muy fácilmente entre los arbustos. El dick dick se dejó ver en varias ocasiones, siempre huyendo del peligro que para él representaba nuestra presencia.
Etosha, un parque que antes estuvo en problemas por la reducción de su territorio y la caza descontrolada, nos dejó llenos de esperanza y admiración por un país que tras superar una fuerte colonización alemana le ha dado prioridad a preservar lo que no tiene precio, la vida. Pese a que el territorio se ha reducido de sus 100 mil km cuadrados a tan solo 22 mil gracias a la colonización de blancos y sudafricanos después de la segunda guerra mundial, el parque es hoy en día uno de los más grandes del mundo.
Al final, solo unos minutos antes de salir de las fronteras del parque, una madre hiena con sus tres cachorros se dejó ver a sus anchas cruzando el camino en frente de nosotros. Pese a que no hubo tiempo de fotografías, este fugaz momento quedó como uno de mis mejores recuerdos de este lugar. Cuanta belleza , cuanta fortuna de ser nosotros los que tuvimos la oportunidad de apreciar la vida en su máxima expresión, cuán lejano de nuestra realidad colmada de cosas innecesarias, cuán sabia la naturaleza que se sobrepone sin mirar al pasado, comenzando una y otra vez cada que el hombre la maltrata, cuanta paz, cuanta tranquilidad . De esta forma Etosha, el parque de los elefantes blancos, nos decía adiós y nos dejaba claro que ahí estaría para nosotros algún día disfrutarlo de nuevo.
PD:
El sitio web www.etoshanationalpark.org es una excelente fuente de información para planear un viaje a este parque.
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