La Peña de Bernal, monolito de miles de colores
Bernal, octubre de 2013
Dentro de nuestro recorrido por La Sierra Gorda de Querétaro, decidimos visitar La Población de Bernal, famosa por un gran monolito que yace en sus alrededores y que es bien conocido como La Peña de Bernal además por ser uno de los Pueblos Mágicos de México.
Este es el tercer monolito más grande del mundo y dicen los expertos que se formó a partir de un Volcán extinto cuya lava interior dio forma a la espectacular formación. La peña tiene más de 10 millones de años desde que se formó, una altura de 288 metros y su punto más alto está situado a 2.515 metros sobre el nivel del mar.
Como Bernal está situado a más de 200 kilómetros de Ciudad de México, decidimos hacer un paseo de todo el fin de semana en el que no solo conociéramos la peña sino también disfrutáramos del pueblo y de los espectaculares viñedos que hay en el recorrido.
La verdad es que Bernal nos pareció un lugar maravilloso. Con una población de poco más de 3,700 habitantes, es toda una expresión de un pueblo mexicano colonial. Sus calles de colores, sus tiendas de artesanías y la gran variedad de delicias gastronómicas hacen de este lugar un pequeño paraíso en medio de la nada.
Llegamos al atardecer al hotel Casa 19 de Enero, el cual fue uno de lo únicos que quiso recibirnos con nuestro acompañante perruno, Mono, quien por esos tiempos viajaba a todas partes con nosotros. Además, como la mayoría de los hoteles de los pueblos mexicanos, obtuvimos mucho más por lo que pagamos, 75 dólares por la habitación doble.
Nos sorprendió mucho del lugar su excelente ubicación. A tan solo un par de cuadras del pequeño centro histórico, las habitaciones estaban bastante limpias y cómodas, el restaurante delicioso y algo no menor, un a terraza con plena vista a la gran Peña.
Esa misma noche, asistimos al espectáculo de fuentes. luces y colores ofrecido por la alcaldía todos los sábados en la noche en la parte de baja de La Peña. Es un espectáculo bien llevado en el que una juego de fuentes se mueve al son de una gran variedad de canciones: desde pop, hasta música clásica. Eso estuvo bien, pero lo mejor fue la comida de lugar ofrecida en decenas de pequeños toldos. Allí probé las gorditas. Una especie de masa dulce con queso que nunca había llegado a probar en la ciudad de México. En definitiva una delicia local que corrobora una vez más que la comida mexicana no sólo son tacos y flautas.
Luego, a eso de las 10 de la noche, decidimos hacer un tour de leyendas (10 dólares por persona). Se trata de un recorrido guiado por locales en el que te van llevando por diferentes puntos asociados a leyendas mexicanas. Allí nos hablaron de la llorona, del caballero sin cabeza y de otras tantas historias comunes a nuestra sangre hispano / latina. Los guías hacen un buen esfuerzo al tratar de sorprender a los visitantes con disfraces bien elaborados de cada uno de “los espantos” de las historias, como de los personajes coloniales involucrados en las mismas.
Entre y esto y un “canelazo” (cafe, con licor y canela) nos dio la media noche. La peña nos esperaba al amanecer del día siguiente.
Con un desayuno frugal, muy temprano salimos a subir la peña. Caminar a su base nos tomó cerca de 20 minutos. El ascenso a la peña tiene dos etapas: la primera etapa, que llega hasta la mitad de su altura, se hace por un camino bien delimitado a veces compuesto por escaleras, otras veces por rocas y al final por piedra lisa que a la larga no fue tan fácil de sortear, especialmente para nuestro perro a quien los años ya le han quitado algo de agilidad. La segunda etapa se hace a través de une grieta bien empinada y se debe hacer con equipo de escaldada.
Durante nuestro ascenso por la primera etapa pudimos ver varios grupos de escaladores que como arañas trepaban las laderas de la roca mientras disfrutaban de la hermosa vista del pueblo. Sortear todo el camino nos pudo tomar más o menos 45 minutos a un paso bastante moderado, teniendo en cuenta que hubo varios tramos en los que tuvimos que darle ayuda extra Mono, algunas veces animándolo, otras empujándolo y en un par de ocasiones cargándolo. Al final el camino se puso tan difícil para él que tuvimos que llegar un punto antes del último ascenso, mientras Alex y yo hacíamos la parte final del recorrido por separado. El tramo culmina en una pequeña meseta que da pie para que los profesionales se equipen y asciendan por la grieta los 100 metros que pueden quedar hasta la cima. Allí me topé con una persona de la región, quien luego de una amena conversación me ofreció ir por su equipo para subirme hasta la cima. Yo, muy tentado, me negué, pues el camino aún era largo para regresar a la ciudad de México.
Uno hora más tarde ya nos encontrábamos desayunando chilaquiles en la terraza del hotel mientras disfrutábamos de los colores de la peña que, hermosa se dejaba pintar por un sol radiante que calentaba esta mañana de otoño.
Dejamos Bernal con muchas ganas de volver, de subir hasta la cima de la peña que lo ha acompañado desde mucho antes de su nacimiento y de probar cada una de las delicias del lugar. Sin embargo, en nuestros corazones, muy en el fondo, sabíamos que nunca más volveríamos.
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12 marzo, 2015excelente publicacion, me encanto y mucho mas ahora que estoy por irme a vivir a zibata queretaro