Las Himba
Grootberg, Namibia – 20 de septiembre de 2013
Mujeres de color terracota, senos descubiertos, cuernos en la cabeza, expresión severa y perfectas sonrisas blancas. Podrían ser personajes de ficción, pero son una de las etnias de África y las encontramos en Namibia. Las Himba hacen parte de un grupo de apenas 50,000 personas que aún conservan su estilo de vida semi-nómada a pesar de que las costumbres occidentales las rodean y arrinconan cada día más.
Este grupo étnico proviene de los Herero, sin embargo se estima que se separaron durante el siglo XIX cuando los Herero se desplazaron al centro del país en búsqueda de mejores tierras. Su nombre “Himba” proviene de la palabra Ovahimba, la cual significa “mendigos” ya que al ser desplazados de las tierras más fértiles por los Nama, tuvieron que pedir hogar y comida a la tribu Ngambwe del sur de Angola. Como dato curioso, las mujeres Herero se visten con prendas como las que usaban las colonizadoras europeas.
Siguiendo nuestro recorrido por la Tierra de los Damara llegamos a Grootberg, zona famosa por sus montañas de cimas planas y laderas de 90º. Allí nos quedaríamos dos noches en el campamento Hoada, el cual con apenas 3 lugares de camping ofrecía en una pequeña montaña el placer de una cerveza fría o un chapuzón en una piscina aún más fría. En este lugar hay dos actividades principales: ir a buscar rinocerontes o visitar una Villa Himba. Si bien ver los rinos fue nuestro primer impulso, el precio nos pareció elevado (US$ 125 c/u) y decidimos investigar cómo ir a la Villa por nuestra cuenta.
Ya habíamos descubierto a las mujeres Himba en nuestro recorrido. Su presencia no pasa desapercibida para los turistas. El color rojizo de su piel y sus miradas profundas son inconfundibles. En la carretera vimos varios asentamientos (unas 8 carpas pequeñas) pero su actitud siempre nos pareció demasiado mercantilista, exhibiéndose con saltos a los turistas que pasaban para hacerlos parar y pagar por sus fotografías, así es que la posibilidad de ir a una Villa real nos sedujo desde el primer momento.
Desde el campamento nos fuimos preguntando por el lugar sin nombre. Solo sabíamos decir que buscábamos a las Himba. Llegamos a una puerta de control veterinario (hay una cerca que separa el norte más extremo con el resto del país para evitar la propagación de las enfermedades del ganado) y allí el oficial de turno se ofreció para ser nuestro guía e intérprete. A medida que avanzábamos la severa tierra árida dio paso a un pequeño río que al ser permanente formaba en su lecho un oasis con palmeras y toda clase de animales.
La Villa apareció de repente. 50 personas, mujeres, niños y un solo hombre, vivían su rutina de la mañana. El lugar sólo tenía unas 10 chozas construidas de manera rudimentaria, cada una contaba con una habitación de unos 4m2. Una reja encerraba al rebaño de aproximadamente un centenar de cabras. En medio el fuego sagrado (okuwuro) y alrededor mujeres acicalándose y niños jugando. Nuestro guía negoció el precio: US$20 cada uno. Una de las mujeres, la mayor de ellas, hacía las veces de líder, siempre respaldada por el único hombre.
Vimos mujeres hermosas. Cubiertas por el ocre que mezclan con mantequilla y hierbas aromáticas. Una mezcla que les da su color y olor característico pero que también las protege del sol. La mezcla también la usan para el cabello, el cual llevan largo hasta la cintura, en “rastas” que con el tiempo se solidifican, como si llevaran serpientes en la cabeza. También forman unos pequeños cuernos y los extremos los cepillan con firmeza para exhibir una especie de penacho.
Las Himba nos contaron de su estilo de vida. De los días que pasan sin nombrarlos, llevando el rebaño a los pocos lugares donde crecen hierbas, recolectando el agua lluvia que hace más de 6 meses no cae, viviendo una vida de madres que comienza casi el mismo día en que se convierten en mujeres, protegiendo el fuego, haciendo collares para ellas o para vender a los turistas, construyendo nuevas casas que no logran hacer más altas que su propia estatura.
Vimos a los niños jugar alegremente, como los niños de cualquier rincón del mundo. Correr unos detrás de otros, imitar a sus madres arrullando muñecas de trapo o hacerse cosquillas unos a otros. Una vez más éramos iguales: seres humanos. Nuestras diferencias no estaban más allá de las ropas que usamos o la comida que comemos. Las mujeres Himba eran vanidosas como nosotras, madres dedicadas, trabajadoras, curiosas, inteligentes… Lejos de lo que nosotros consideramos una vida cómoda, lejos del televisor, el internet, la nevera, la ducha diaria o el microondas, las Himba sonreían con una sonrisa sincera y su sonrisa nos hizo sentir que allí, en medio de esta gran tierra árida de Namibia, eran profundamente felices.
Datos prácticos:
- Pasamos dos noches en el campamento Hoada, este campamento es administrado por el lodge Grootberg, el cual se encuentra a unos 20 km. Fuimos a visitar el lugar al finalizar la tarde y nos ofrecieron café y pastel (¡gratis!).
- Es una región bastante solitaria, no hay poblaciones grandes cerca, así es que las tiendas sólo cuentan con lo básico. Para adquirir gasolina tuvimos que cruzar la cerca de control veterinario, donde revisaron el contenido de nuestras neveras para garantizar que no lleváramos carne adquirida dentro de la cerca.
- Al final de la visita, las mujeres Himba nos ofrecieron algunas de sus artesanías, principalmente collares, los cuales fabrican con cuero de cabra y algunos plásticos que compran en los pueblos.
- Es importante considerar que no se deben tomar fotografías a los Himba sin su autorización, esto nos lo advirtieron desde que ingresamos a Namibia, ha habido incidentes graves con los turistas por esto.
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