Luang Prabang, patrimonio francés de crepas y cafés
Luang Prabang (Laos), 15 y 16 de febrero de 2017
Llegamos con gran entusiasmo a Luang Prabang, primera capital de Laos y que en 1995 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Considerada como el centro del budismo en Laos y como la ciudad que ostenta los templos más hermosos de todo el sudeste asiático, este lugar, situado en el centro del país sobre la rivera del río Mekong, goza de mucha popularidad entre los viajeros.
En las guías de viajes habíamos leído de su hermosa arquitectura, deliciosa comida y tranquilos atardeceres que usualmente hacían que los turistas se quedaran más tiempo de lo planeado. No bastó mucho para que, luego de un viaje de 10 horas en un bus con cama desde Vientián, dejara mis cosas en el hotel Singharat para salir a correr por sus calles.
Eran ya un poco más de las 11 así que pude ver rápidamente, a un ritmo de 12 Km por hora, las principales cosas que la ciudad tenía para mostrarnos: el malecón del río Mekong, el cerro Phu Si al que subí en tres ocasiones trotando suavemente, dos o tres majestuosos templos y las decenas de cafés y agencias de trekking ubicadas en la calle principal.
Tras un suculento desayuno con bagels y omelette, decidimos rápidamente que, a parte de explorar la ciudad, queríamos hacer un plan natural que involucrara alguna actividad en el río. Así pues, divagamos por algunas agencias para encontrarnos con que el plan más notable era montar o bañar elefantes. Nosotros, fieles a nuestra convicción de no promover la interacción con animales más allá de observarlos en su ecosistema natural, rechazamos dichas alternativas para seleccionar a la agencia Laos Outdoors que nos ofreció un plan de un día de trekking, pasar la noche en una de las villas campesinas y un día de kayak por el río Ou y Mekong (ver más de esta experiencia aquí).
Con esto cerrado, decidimos entonces dedicar el día y medio que nos quedaba a recorrer las calles de la ciudad, observar los atardeceres sobre el río Mekong y disfrutar de la comida callejera alejándonos todo lo posible de los engalanados cafés estilo europeo. Pudimos comprobar la belleza de sus templos que, aunque mucho más adornados y bien mantenidos que los que pudimos observar en Myanmar, carecían de esa espiritualidad acogedora que nos embargó cuando vistamos la Shwedagon Pagoda en Yangón o cualquiera de los antiguos templos, aún en uso, de la maravillosa Bagan. Su pasillos solitarios, en los que más que ver monjes, resaltaba la taquilla para pagar el ingreso, hacían ver a estas maravillosas construcciones de antaño, algo más mercantilista que sagrado. En silencio, viendo a algunos turistas fotografiar una hilera de monjes, recordábamos a aquellas monjas del Lago Inle que, con preciosos cantos y sotanas color rosa, al amanecer, medio día y al caer la tarde, pasaban por las casas de los devotos para llenar sus jarros de arroz.
Algunos días adelante, un encuentro fortuito nos llevó a una conversación con un francés radicado en Japón. Sus ojos se iluminaron cuando mencionamos Luang Prabang como si se tratase de un amor perdido. Allí comprendimos que tal vez para muchos el significado de esta ciudad va mucho más allá de sus templos , sus monjes y calles atiborradas de artesanías. Es quizás ese rincón que, a precios insignificantes para la clase media europea, hace sentir en casa a aquellos que de una u otra forma necesitan tenerla cerca cuando salen de ella.
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