Recorriendo el Namib-Naukluft National Park
Solitaire, Walvis Bay, Swakopmund, Cape Cross [Namibia] 17 y 18 de septiembre de 2013
Aún no amanecía en el desierto y ya nos encontrábamos organizando nuestro equipo para otro largo día de viaje. Así se vive en África, se comienza antes de la salida del sol y a la usanza de la vida en el campo se termina al anochecer.
Nos disponíamos a continuar recorriendo el parque nacional del Namib el cual es el más grande de África y el cuarto del mundo. En días anteriores ya el Namib nos había mostrado su inmenso mar de dunas de arena apenas decorado por algunos antílopes y unas cuantas manchas grises como vestigio de lagos que resucitan cada temporada de lluvia.
Nuestra primera parada fue la ciudad de Solitaire que a pesar de ser considerada una ciudad es más una punto de descanso para viajeros como nosotros que tanto al amanecer como al atardecer se sienten atraídos por la famosa pastelería del lugar. Con una población de apenas 92 personas, la ciudad parece un club privado en el que se mezclan todo los servicios: estación de gasolina, supermercado, restaurante y sólo algunos habitáculos para los locales.
No fue algo muy sorprendente darnos cuenta que el dueño de la pastelería (de descencencia alemana) tal vez cansado de la vida en las ciudades, había tomado este lugar como su retiro y fuente de inspiración para cocinar los más deliciosos manjares. Extasiados comimos lo que pudimos y compramos algo de pan como provisión para los siguientes días.
El camino continuó hacia el norte en búsqueda de Walvis Bay, una ciudad costera famosa porque fue el refugio de grandes buques dadas sus aguas de profundidades naturales y por la gran cantidad de ballenas atraídas por la riqueza en plancton y vida marítima del lugar. Adicionalmente, cuenta con una reserva natural en donde se encuentra una de las comunidades de flamingos más grande del África. Era en definitiva, algo que no nos podíamos perder.
Durante el recorrido de 230 kilómetros que nos separaba de Solitaire y Walvis Bay, hicimos una parada interesante para explorar una gran roca a la que se podía acceder con un carro 4×4 dejándonos apreciar la aridez del lugar en el que nos encontrábamos.
Daban las 12 del día cuando arribamos a Walvis Bay. La ciudad lucía bastante organizada. Parecía más un balneario de ricos que un antiguo puerto de cazadores de ballenas. Con sol, pero al mismo tiempo con un viento helado, el malecón adornado con suntuosas casas y que nos conduciría a a la reserva de pájaros, lucía totalmente desolado.
10 kilómetros de recorrido bastaron para ingresar a la reserva. En medio de un mar con altas concentraciones de sal, reside una de las comunidades de flamingos más grande de África apenas compartiendo el lugar con pocos ejemplares de otras especies como pelícanos y patos.
Solo 35 Km nos separaban ahora de nuestro destino final del día, la ciudad de Swakopmund, donde nos aprovisionaríamos para pasar los siguientes cuatro días en el camino.
Swakopmund es el principal balneario de Namibia. Fue por muchos años el puerto más importante de entrada a la África del Sudoeste Alemana en la época de la colonia. Es muy famosa por su arquitectura colonial alemana en la que se destacan numerosos edificios gubernamentales. La ciudad nos pareció bastante ordenada, pero un poco carente de vida. A las 5 de la tarde, sus calles y comercio estaban tan solitarios como si fuese las horas de la madrugada en nuestras agitadas ciudades latinoamericanas. Como si fuera poco, el clima no ayudaba mucho. Rodeada por el desierto del Namib y por las frías aguas del atlántico tiene un clima templado que se enfría cuando las grandes y usuales capas de niebla la cubren. Con una precipitación anual bastante limitada, la fauna local se ha adaptado a sobrevivir con la humedad que deja la neblina que cubre la región buena parte del año.
Disfrutamos de la tarde admirando la arquitectura colonial y visitando puestos de artesanías cuyos propietarios de una forma muy molesta asedian a los turista al estilo de los touts en Zanzibar.
Como esta sería la única parada del viaje en la que dormiríamos en hostal (Dunedin Guest House), decidimos relajarnos del todo e ir a cenar a uno de los restaurantes más recomendados, Lighthouse un exquisito lugar totalmente al estilo alemán en donde podría decir que el 100% éramos turistas.
Muy temprano comenzó el día siguiente. Sería una jornada larga en la que durante toda la mañana haríamos el famoso plan de sandboarding, luego recorreríamos Skeleton Coast en busca de la colonia más grande de focas de todo África, para terminar el día en el campamento White Lady, ubicado en lo que se conoce como la tierra de los Damara o Damaraland.
Luego de hacer el famoso sandboarding en una de las grandes dunas del lugar puedo decir que el plan de 35 dólares por persona para hacer este paseo apenas vale la pena para una persona poco experimentada como yo en la disciplina de esquiar. Al plan nos apuntamos Cloti, Yorch, Grego y yo. Los dos primeros, que ya sabían esquiar en la nieve, pudieron disfrutarlo un poco más, mientras que Grego y yo nos pasamos las tres horas del paseo cayendo constantemente en la arena y encerando la tabla una y otra vez. El principal punto es que aunque la duna es grande, no es lo suficiente como para que, al estilo de las colinas europeas, el aprendiz pueda caerse una y otra vez y corregir inmediatamente su técnica. En este caso, basta solo una caída para tener que levantarse y subir de nuevo la cuesta, encerar la tabla para que esta pueda deslizar bien y hacer de otro intento más. En mi caso, con tantas interrupciones me fue difícil, tedioso y agotador aprender la técnica.
Solo al final hubo para nosotros dos una parte divertida que el fue el descenso de la duna acostado sobre una tabla de madera encerada. ¡Por lo menos se sintió algo de adrenalina!
A eso de las dos de la tarde emprendimos el camino hacia nuestro próximo campamento ubicado a más o menos 280 km de distancia, incluyendo unos 40 km de desviación que tomaríamos para ver la comunidad de focas en Cape Cross.
Manejamos por costa de los los esqueletos (Skeleton Coast), la cual conforma un tramo en el que el desierto literalmente desemboca en el mar. Plagada de fuertes vientos que vienen desde el interior hacia el mar causando una aridez extrema, el clima de esta región es completamente inhóspito. Se dice que, durante la colonia, muchos barcos naufragaron allí al tratar de zarpar. El intenso oleaje de la zona hacía prácticamente imposible zarpar a las pocas embarcaciones en las que algunos habilidosos marineros lograban arribar.
No es de sorprendernos que allí, en medio de este desierto de arena, sal, viento helado y niebla, la vida haya encontrado una vez más su camino para superarse. Una gran zona de la costa ha sido ocupada por una colonia inmensa de focas (la más grande de África) que viven allí en paz con la naturaleza durante todo el año. Fue conmovedor poderlas apreciar tan cerca en un hábitat completamente natural y alejado cientos de kilómetros de su amenaza más grande, los humanos.
Muchas fotografías y recuerdos nos dejaron estos dos días tan especiales, pero lo más importante de todo fue la sensación de que tal vez el poder de la vida sea más fuerte que el poder de la muerte y que tal vez haya una pequeña esperanza para las futuras generaciones de disfrutar aunque sea un poco de las maravillas naturales de nuestro planeta.
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