Tirana, la ciudad de los búnkers
Del 10 al 12 de junio de 2023
Llegamos a Tirana un 10 de junio tras tomar un bus de 3:30 horas de duración desde la ciudad de Shkodër en el norte del país. El pequeño apartamento que rentamos cerca al centro la ciudad, a pesar de tener varias comodidades como una cocina bien equipada, zona de lavandería y estar recién remodelado, estaba en un edificio que al parecer no habían terminado de construir.
Como teníamos poco tiempo para esta visita, de inmediato nos fuimos al Museo de Historia Nacional situado en la plaza principal del centro. De camino para el lugar, nos dejamos sorprender por la cantidad de cafés y comercio que pululan en la ciudad, una realidad muy diferente al ya distante pasado de aislamiento que tuvo este país por casi 50 años durante el siglo XX.
El Museo no se presentó con grandes sorpresas. Por alrededor de 5 dólares pudimos apreciar algo de la historia nacional, con muchas dificultades ya que solo el primer piso de cuatro tiene letreros en inglés, el resto se encuentra en albano. Un tanto decepcionados terminamos la tarde disfrutando de una deliciosa comida de vegetales rellenos y estofado de carne con vegetales en el restaurante Kastrati bien recomendado en los foros de internet.
De camino a nuestro departamento ya comenzábamos a sentir la buena vibra de la ciudad y en general la de la cultura albanesa. La gente se ve feliz en la calles y lo expresa con una amabilidad extraordinaria siempre dispuesta a tener una corta plática o a dar cualquier ayuda que se necesite. Con un pobre inglés en la mayoría de las ocasiones, o con señas, se hacen entender a la perfección. A diferencia de Croacia, donde la gente es más seca, sentíamos que Albania, y en especial Tirana, nos recibía con los brazos abiertos. Por otro lado, sÍ que nos sorprendía ver siempre como si fuese un inmenso telón de fondo las estructuras de los edificios más antiguos luciendo una arquitectura descolorida, rectangular y uniforme, sin duda un testimonio del pasado comunista y de aislamiento al que fue sometido este país durante buena parte del siglo pasado.
Al siguiente día, nos dispusimos a visitar el Bunk’Art situado en la periferia de la ciudad, pero a unos escasos 20 minutos en bus desde la plaza central. Este lugar se trata del principal búnker construido durante el período comunista de Enver Hoxha para albergar a la cúpula militar y administrativa del gobierno, con el fin de poder seguir operando el país en caso de un bombardeo con armas químicas o nucleares. Al inicio, parecía estar compuesto de grandes cuartos vacíos o con algunos utensilios, pero paso a paso fuimos descubriendo habitaciones que a manera de museo nos contaban una historia que no pudimos aprender en el museo de Historia Nacional.
Comenzando con la primera invasión italiana que trajo el fascismo al país causando grandes estragos, pasando por la invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial hasta las historia del gobierno de Enver Hoxha que por 50 años implementó un comunismo radical; los 25 cuartos del Bunk’Art son un testimonio absolutamente magistral de la historia de este país. Fue sumamente conmovedor conocer el relato de Kostaq Stefa, un ciudadano de Berat, quien durante la Segunda Guerra Mundial en plena ocupación nazi y por órdenes del partido comunista ayudó a escapar a 27 militares estadounidenses y 3 enfermeras que habían sido obligados a aterrizar cerca del lago Belsh. Un escape que les tomó 63 días cruzando las montañas albanesas y finalizando en Italia, hoy bien detallado en el libro Albanian Escape de Agnes Jensen, una de las enfermeras que hizo el viaje. Tras tremenda travesía, Kostaq fue acusado de traición por miembros del partido comunista y en consecuencia apresado y condenado a muerte sin juicio alguno. Su historia permaneció oculta hasta finalizar la dictadura y hoy, más de 50 años después sólo podemos conocer la verdadera historia de él en este maravilloso museo.
Nos enteramos también que la obsesión de Hoxha con respecto a un posible ataque extranjero era tal que en los años 60 hizo un plan para construir 220 mil búnkers a lo largo de todo el territorio nacional. No se logró, aunque el esfuerzo dejó la nada despreciable suma de 170 mil construcciones que hoy lucen desperdigadas en medio de las montañas y ciudades ocupando parques, antejardines y plazas públicas.
Enver Hoxha, nacido en la población sureña de Gjirokastra, gobernó el país desde 1944 hasta su muerte en 1985 bajo una dictadura militar comunista y recalcitrante que sumió al país en el más duro aislamiento y mientras el mundo bipolar de la guerra fría miraba hacia las colonias y países aliados de las dos potencias en el norte de África, sudeste Asiático y Suramérica. Fueron muchos los avances que tuvo el país durante la dictadura de Hoxha. Las tasas de analfabetismo se redujeron drásticamente, se construyeron carreteras y un gran ferrocarril y el acceso a la medicina moderna hizo que la expectativa de vida se doblara. No obstante, los albanos se han encargado de hacerle saber al mundo el alto precio de miles de torturas, muertes y desapariciones que tuvieron que pagar. Un pasado que destruyó la vida de muchas familias y que quedará siempre plasmado en el presente de cada ciudadano.
Por si fuera poco, luego de la dictadura y tras padecer una gran crisis económica producida por el cambio de sistema, en el año 1966 el 70% del país perdió sus ahorros en esquemas piramidales. Al estar el gobierno de turno involucrado, hubo revueltas, tumbaron el gobierno y con ello un nuevo comienzo, algo en lo que los albanos parecen ser expertos.
Terminamos el día en el Museo de las Hojas Caídas, antes una clínica de parto, que en épocas del comunismo se convirtió en el centro de la policía estatal, Sigurimi, para llevar a cabo interceptaciones, torturas y desapariciones. De nuevo, los albanos se encargaron de que el pasado no sea olvidado al dejar este memorial con los nombres de cada una de las víctimas que hubo durante el período comunista.
El lunes 12 de junio dejamos Tirana felices por habernos develado algo de su turbulento pasado, al mismo tiempo que sentíamos una conexión con nuestro país, donde las desapariciones, torturas, interceptaciones y falsos positivos son parte de una realidad que aún no podemos retratar en los museos por tratarse de un fenómeno vivo que aún atormenta el presente de Colombia.